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La Soldadura Mala de un Ala Rota

Publicado: 2016-01-22


Yo tenía un ala rota, y él me invitó a una fiesta. Electrónica, dijo que era. Yo tenía un ala rota pero no me importó, él tenía unos brazos enormes que me sostenían con fuerza y cariño, como un halcón a su pollo roto. Habíamos andado así por un tiempo, volando por aquí, por allá, haciendo el amor de manera golondrina donde nos encontrara el antojo. Nunca fui tan feliz. Eso era para mí, El Amor, amor de alto vuelo. Era tan dulce y suave conmigo. Con los demás no. Me hacía reír. Sentía, en el nido de su pecho, que por fin, por fin Dios Mío, había encontrado mi hogar. El último vuelo al sur. Aquí quiero morir, en las nubes, mirando tus ojos.

A él le deleitaba esta música artificiosa que a mí nunca me gustó. Dicen los electrónicos que hay muchas formas de música electrónica y es verdad. Lo que yo odio, es el Bunchi-Bunchi. Ese ritmo golpeado y constante. Los otorongos escapan despavoridos de las rutas de las carreteras por el bunchi- bunchi de la ciudad. Las aves huyen del bunchi- bunchi de las fábricas. Hasta los perros y los gatos se estresan con el bunchi- bunchi de las construcciones. ¿Por qué inventar una música que imita el horror de nuestra civilización? ¿Qué tienen de bonitos los mounstruosos sonidos de nuestro estruendo interior? Es como escuchar la música de nuestra locura, no siento nada bello en eso. El corazón, los mares, el viento, hacen síncopa. Bum- bum, Bum- bum, Bum-bum. No hacen bunchi- bunchi.

Pero a él le encantaba, era su vida, y como él era mi vida, no me importaba. Nos íbamos a las fiestas bunchi-bunchi y él ponía diferentes caramelos y bocadillos en mi pico. Cosas nuevas que nunca había probado. Algunas sabían bien, otras no tanto. El efecto, era lo interesante. Poco a poco el dolor de todo lo vivido, empozado en el alma, se chorreaba del rincón más negro de mi corazón hacia la suela de mis zapatos, dejando un espacio inmenso dentro de mí donde sólo cabía el placer. Era feliz. Todo esto era nuevo y estaba siempre en las alas fuertes de mi inmenso amante. Me llenaba de él, del placer que nos daba respirar juntos. Sentía mi piel fundiéndose con su piel. Me pegaba a su pecho y oía su corazón. Y el bunchi- bunchi sonaba lejano, sordo. Como si estuviéramos bajo el agua. Sonreíamos.

Una noche, me llevó a una fiesta de ésas. Me puse bonita y me dio caramelos. Iba a tocar un dj que le gustaba mucho. Quien mierda sería, no lo sé ni me interesa. Como dictaba el ritual aéreo, cuando sentí que mi cuerpo y mi alma bajaban todas sus defensas para entregarse al fantasma de la felicidad, me abracé a él para caer en picada. Como siempre. Pero ésta vez, tal vez se pajareó y, sofocado, me dijo Ya pues, trata de bailar, si estamos todo el rato pegados cómo voy a bailar…

Me fui a un costadito y me empecé a morir de a pocos pero inevitablemente. Sonreí, traté de ser discreta, para que no se arruinara su fiesta con mi muerte. Y allí me morí, a su lado, sin que se diera cuenta, sin ver sus ojos, entre nubes de humo tóxico, infinitamente sola entre cientos de adictos saltarines, en la oscuridad atravesada por lásers. En el infierno.

Hay un muchacho que vive por aquí, cerca. Todas las mañanas se levanta y pone su bunchi-bunchi a todo dar. Hoy, una vieja amargada, descolorida y bruja, fue a tocarle la puerta y a pedirle que baje el nivel de su música miserable o iba a echarle caca a la puerta de su casa, tierra de cementerio y hechizos varios para su eterna desgracia.

El chico se veía asustado.

Reconocí en la bruja una cicatriz familiar: 

la soldadura mala de un ala rota.


Escrito por

Kareen Spano

Alcaldesa autoelecta de Kojudópolis. Llego desde Blogspot con un ejército de Kojudopólitans. Son sujetos sumamente peligrosos. Sobre todo cuando cantan. O cuando sonríen. Ni hablar de cuando sueñan.


Publicado en

Kojudópolis

Conocida en la Vía Láctea como Kojudópolis capital del pequeño planeta entregado un día azul